Andante, ligero y zigzagueante como el tango de Piazzolla, el verano porteño se siente un karma para el que se queda en el asfalto. Víctimas de algún revés amoroso del pasado diciembre -justo cuando ya no cabía lugar para nadie- o extrañando al ser amado que vuelve recién en febrero -ese mes tan corto-, nos volcamos, sin alternativa, a andar por la ciudad. En esa aventura donde Buenos Aires parece una maqueta vacía pasan cosas imposibles o, al menos, inusuales.
Damien Rice, ese irlandés que desde la primera imagen de Closer (de Mike Nichols, 2004) nos dice: “y es así, justo como dijiste que sería, sin amor, sin gloria, pero no puedo sacar mis ojos de vos”, se anuncia en la cartelera de La Trastienda en medio de un mini-tour por Sudamérica. Inexplicablemente las entradas se agotan y más aún, se sobrevenden. Tras una hora de espera a garganta seca -pues el músico prohibió la actividad de las barras para que no haya movimiento de meseras durante el show-, sale, apenas acompañado por su guitarra, tímido, sin hablar y rodeado de una irrealidad que rompe segundos después cuando esa voz joven, precisa y potente recorre toda la sala para llevarnos durante casi dos horas a una review frenética de todos los amores de nuestras vidas.
Alternando entre canciones folk y murder ballads, como diría Nick Cave, Damien comienza charlar en un inglés diferente al que acostumbramos a oír -quizás un poco más directo y más amable a la vez-, con una tranquilidad y un gusto que sorprende y arranca risas hasta al que no entiende el idioma. Así, entre risas e ironías cuenta las historias más terribles que le pueden pasar a un corazón y las baja a la comprensión del público, a su vida cotidiana, a encontrar esos prodigios en la chica de al lado que, sin siquiera hablar castellano, puede entendernos perfectamente con tan solo una mirada.
Tan intenso se vuelve todo que en la rarísima Insane rompe una cuerda y sin tapujos comienza, entre risas, a darnos una clase de cómo cambiarla, mientras alega “No tengo a nadie que lo haga por mí. Estoy de vacaciones... Tengo un amigo en Florianópolis que me invitó a su casa, entonces dije: Perfecto, es la mejor excusa para conocer Sudamérica. Cuando le dije que antes pasaría por Buenos Aires me dijo: ¿Estás loco? En enero no hay nadie en Buenos Aires. Supongo que algún loco habrá, le contesté y aquí estamos.” Risas y aplausos.
“También me dijo que los argentinos son muy bonitos, apasionados y muy, muy buenos artistas. Así que quisiera que me lo prueben,” dice rasgando la base de Volcano. Entonces, pide que 3 o 4 personas suban a hacerle los coros -que desgraciadamente ya no hace Lisa Hannigan-, y esos tres o cuatro “decenas” de personas, dirigidos por el mismo Rice, hacen un coro tripartito que funciona perfecto y hace sentir parte hasta al más distante.
Tras un intervalo, vuelve, entre la oscuridad, deja la guitarra en el piso y comienza a meternos lentamente en una de esas noches de bar terribles que nos azotan de a tanto, armando un cigarro y alzando una copa de vino (souvenir porteño) para brindar por ella y por su nuevo amante gritando “Cheers, darlin’!” Entre ruido de copas, gritos y aplausos, el cantante, ebrio de un placer privado, desaparece en la oscuridad.
Post data, hubiera sido tan sólo el sueño de una noche de verano sí después no lo hubiera saludado en la salida de la calle Balcarce antes de meterse, con su guitarra al hombro y perfectamente sonriente, en la combi que se lo llevara a Brasil.
Luciano Martín Sosa
+info: www.damienrice.com
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