No hay forma de hallar una historia que unifique esta sopa. Sin embargo, -será la tozudez de la que escribe en encontrar historias en todos lados- creo poder unir algunos puntos, tal como en esos juegos de pasatiempos que había hasta hace un tiempo, y descubrir así el boceto de la vida que lleva un hombre joven entre Madrid, Buenos Aires y Montevideo, paradójicamente.
Ante esta imposibilidad, llamo al recuerdo de una noche para hacer lo que, a fin de cuentas, provoca el disco: hacernos vagar por diferentes historias, aires, países, personas. He aquí, una de ellas que difícilmente sea comparable a las que cuenta Antonio, pero que creo contiene algo muy parecido al espíritu con el que se hizo este disco.
Sin necesidad de especificar qué época del año, ni por tanto, qué ropas ni que clima nos cubría aquella noche, como sucede cada vez que bajamos en el tiempo hasta San Telmo, subimos las escaleras de El Nacional por sobre Los Loros. Paulatinamente tornaba en bordó el dorado de la calle, sonaban entre algunas copas y botellas, algunas canciones recogidas por Fernando Casas tras la barra. Sin mesa libre, entre algunos rostros divinos, entonados, nos confinamos a acodarnos en el pasamanos de la escalera, en el recoveco a la derecha del tablado donde minutos después pisa, con la fuerza que luego resulta contradictoria, Ariel Minimal rasgando los primeros acordes de Disimular.
Un hombre pasó tres o cuatro veces delante nuestro, lo que en El Nacional es lo mismo que decir que nos pisó los pies durante veinte minutos. Tal vez, avergonzado de su comportamiento, se resignó a quedarse a mi lado y no volver a su mesa. De pronto, cortó los aplausos Minimal contando la historia de dos tipos que jamás se habían visto pero que, por amigos en común, sabían muy bien de la existencia del otro y que, finalmente, en un viaje a no sé dónde, coinciden en un vagón de tren. Acertadamente acaban, para matar el tiempo, tocando sus canciones sentados sobre sus valijas. “Desde ahí supimos que alguna vez íbamos a juntarnos a tocar. Aquí está Antonio Birabent.” Concluyó Minimal.
El hombre a mi lado salió del anonimato callado que le da la penumbra y entró en escena con la misma timidez del que entra por primera vez a la casa de un amigo que aún vive con sus padres. Apenas el abrazo, se colgó una guitarra y se sentó a un lado. Lo miró sonriente, avergonzado quizás de estar ahí, y recibió la complicidad de Ariel que, arrancando de la guitarra el riff que introduce a cada verso de “El fin de la noche”, lo mira desde abajo como diciendo “Era así ¿no?”. El resto de esa noche, está debidamente registrado casi al final del disco.
Fotos desordenadas especialmente para esta primera retrospectiva de Birabent que contiene, entre otros condimentos, una excelente versión acústica de Montevideo, la más acertada y desaforada de Madrid, otra muestra más de la preciosura de Libélula, una alegre confesión en A mi la lluvia y la perfecta conjunción con Lisandro Aristimuño, que parece a estos días tener ese don de hacer suya cualquier cosa que toque: Ahisteru. EXTRA! Además el disco presenta un tema nuevo para nosotros llamado “El sol es de los dos”, cuyo video, dirigido por Ezequiel Acuña, pueden ver aquí.
Ante esta imposibilidad, llamo al recuerdo de una noche para hacer lo que, a fin de cuentas, provoca el disco: hacernos vagar por diferentes historias, aires, países, personas. He aquí, una de ellas que difícilmente sea comparable a las que cuenta Antonio, pero que creo contiene algo muy parecido al espíritu con el que se hizo este disco.
Sin necesidad de especificar qué época del año, ni por tanto, qué ropas ni que clima nos cubría aquella noche, como sucede cada vez que bajamos en el tiempo hasta San Telmo, subimos las escaleras de El Nacional por sobre Los Loros. Paulatinamente tornaba en bordó el dorado de la calle, sonaban entre algunas copas y botellas, algunas canciones recogidas por Fernando Casas tras la barra. Sin mesa libre, entre algunos rostros divinos, entonados, nos confinamos a acodarnos en el pasamanos de la escalera, en el recoveco a la derecha del tablado donde minutos después pisa, con la fuerza que luego resulta contradictoria, Ariel Minimal rasgando los primeros acordes de Disimular.
Un hombre pasó tres o cuatro veces delante nuestro, lo que en El Nacional es lo mismo que decir que nos pisó los pies durante veinte minutos. Tal vez, avergonzado de su comportamiento, se resignó a quedarse a mi lado y no volver a su mesa. De pronto, cortó los aplausos Minimal contando la historia de dos tipos que jamás se habían visto pero que, por amigos en común, sabían muy bien de la existencia del otro y que, finalmente, en un viaje a no sé dónde, coinciden en un vagón de tren. Acertadamente acaban, para matar el tiempo, tocando sus canciones sentados sobre sus valijas. “Desde ahí supimos que alguna vez íbamos a juntarnos a tocar. Aquí está Antonio Birabent.” Concluyó Minimal.
El hombre a mi lado salió del anonimato callado que le da la penumbra y entró en escena con la misma timidez del que entra por primera vez a la casa de un amigo que aún vive con sus padres. Apenas el abrazo, se colgó una guitarra y se sentó a un lado. Lo miró sonriente, avergonzado quizás de estar ahí, y recibió la complicidad de Ariel que, arrancando de la guitarra el riff que introduce a cada verso de “El fin de la noche”, lo mira desde abajo como diciendo “Era así ¿no?”. El resto de esa noche, está debidamente registrado casi al final del disco.
Fotos desordenadas especialmente para esta primera retrospectiva de Birabent que contiene, entre otros condimentos, una excelente versión acústica de Montevideo, la más acertada y desaforada de Madrid, otra muestra más de la preciosura de Libélula, una alegre confesión en A mi la lluvia y la perfecta conjunción con Lisandro Aristimuño, que parece a estos días tener ese don de hacer suya cualquier cosa que toque: Ahisteru. EXTRA! Además el disco presenta un tema nuevo para nosotros llamado “El sol es de los dos”, cuyo video, dirigido por Ezequiel Acuña, pueden ver aquí.
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