“Simplemente he adorado pianistas –dos al mismo tiempo, algunas veces, me dice Harry. No sé qué tienen. Quizás sólo es que son extranjeros. Todos lo son, ¿verdad? Incluso aquellos que han nacido en Inglaterra se vuelven extranjeros después de un tiempo, ¿no? Son tan diestros, y le hacen un gran halago al arte haciéndolo cosmopolita, ¿no?” Confesaba Victoria, la esposa de Lord Henry Wotton.
Claro que Victoria vivía en el Londres Victoriano, si Harry no hubiese sido tan exquisitamente irónico ella jamás hubiese podido conocerse con tantos pianistas. Más allá de las distancias, creo que coincidiremos en que esta realidad no ha cambiado ni un ápice. Definitivamente hay algo en el charme del pianista -o del piano, quizás- que nos enamora de manera tal que podríamos perdonar y olvidar cualquier cosa con tal de seguir escuchando.
Curiosamente se suple la gran desconexión entre e pianista y el rígido piano -sea éste un armario desvencijado o un lustroso caballo blanco de cola-, y todo suena de maravillas. Saltan las alegrías y las penas en un “tic-tic-tic” que es hasta visible y manipulable en algún punto. Porque uno siempre sabe que si deja de tocar, deja de sonar; y esto que puede sonar a obviedad no es tal para el que oye y no desea dejar de oír. En ese amor y ese temor que nos genera escuchar un solo de piano ese en el pianista en el que recae nuestra tensión. Eso parece explicar tanto amor.
El joven Agustín Echeverría se presenta desde el próximo viernes, todos los viernes y sábados en el restaurante Al Este De Lila en San Telmo, interpretando un repertorio de tangos y boleros. Del otro lado, el prestigioso Emilio de la Peña con 80 años dará un concierto de piano solo en Notorious de Barrio Norte, mientras que el sábado en La Trastienda Club Ernesto Jodos presenta su último disco Jardín Seco. Un disco de melodías preciosas inmensas en una laguna de jazz.
Sin edades, sin origen, sin tiempo y con la gracia que todos tuvimos o deberíamos tener, en los próximos días tendremos la oportunidad de enamorarnos un poco más.
Curiosamente se suple la gran desconexión entre e pianista y el rígido piano -sea éste un armario desvencijado o un lustroso caballo blanco de cola-, y todo suena de maravillas. Saltan las alegrías y las penas en un “tic-tic-tic” que es hasta visible y manipulable en algún punto. Porque uno siempre sabe que si deja de tocar, deja de sonar; y esto que puede sonar a obviedad no es tal para el que oye y no desea dejar de oír. En ese amor y ese temor que nos genera escuchar un solo de piano ese en el pianista en el que recae nuestra tensión. Eso parece explicar tanto amor.
El joven Agustín Echeverría se presenta desde el próximo viernes, todos los viernes y sábados en el restaurante Al Este De Lila en San Telmo, interpretando un repertorio de tangos y boleros. Del otro lado, el prestigioso Emilio de la Peña con 80 años dará un concierto de piano solo en Notorious de Barrio Norte, mientras que el sábado en La Trastienda Club Ernesto Jodos presenta su último disco Jardín Seco. Un disco de melodías preciosas inmensas en una laguna de jazz.
Sin edades, sin origen, sin tiempo y con la gracia que todos tuvimos o deberíamos tener, en los próximos días tendremos la oportunidad de enamorarnos un poco más.
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